El lugar donde me he criado, allí donde se envuelven esas tartas de manzana, esos pasteles de crema...
La Pastelería Yagüe.
Mi casa, mi casa que es la de mis hermanos, la de mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, etc) Nuestra casa no sólo es el piso donde dormimos.
Nuestra casa es la tienda, es el obrador.
Todos nos hemos empachado pasándonos de comer dulces, todos nos hemos pringado hemos corrido, gritado y quemado con el horno.
Imagino a cada uno de mis antepasados advirtiendo a su hijo o hija de que tuviera cuidado con el horno. A nosotros nos ha pasado desde pequeños y ha sido así en diferentes épocas:
¡Cuidado que te quemas, trasto!
Pero un día metí la mano y no me quemé.
Entre estas paredes hemos vivido momentos agotadores y momentos preciosos como el que os voy a contar en estas líneas.
Era época de roscones donde en nuestra casa formamos una cadena perfectamente planificada entre todos.
Mi padre hace la forma y esconde las sorpresas en el interior. Mi hermano prepara la masa, el resto los decoramos con guindas azúcar y frutas y mi madre los mete al horno.
Era pequeña cuando todo sucedió, tendría 5 o 6 años, como nunca he sido una niña muy parada andaba investigando. Así, descubrí bajo la entrada caliente del horno algo que me había pasado inadvertido, abrí esa especie de armario metálico que forma parte del mismo horno pero no daba calor.
-¿Papá qué es este armario?
- Ahí es donde se meten los roscones, y así crecen.
A mí esto me pareció algo alucinante así que se me vino una idea.
En un momento que nadie me veía, cogí 100 pesetas que mi abuelo Valentín, o quien fuera me dió, y metí la moneda dentro.
Si los roscones aumentaban de tamaño... esta cantidad de dinero también tenía que incrementar su valor.
Aquella noche estuve dando vueltas, deseando bajar al obrador para desayunar mi suizo y ver qué había ocurrido en "la incubadora del horno".
Bajé.
Les di los buenos días y fui directa al sitio mágico.
Abrí y lo que vi me dejó fascinada.
¡¡¡Había 500 pelas!!! ¡¡¡Y yo metí 100!!!
Se lo conté a mi padre y el sonreía.
Me imagino que me vería tan feliz,tan inocente, tan sorprendida...
Ahora me imagino su vivencia.
Parece que le veo meterse ese madrugón horrible que lleva metiéndose año tras año, día tras día.
Me le imagino abriendo esa puerta. Quizá mi moneda cayó y sonó. Y él se extrañaría.
Me imagino su cara al ver la moneda. Imagino que se reiría y estoy segura de que se conmovió.
Así visualizándome a mí, metiendo la moneda, echaría su mano al bolsillo para meter la suya.
Es uno de los mejores recuerdos de mi vida.
Y todas las Navidades mientras nos juntamos todos en esa cadena él lo cuenta.
Yo le digo que se repite...
Ojalá se repitiera.
No creo que sea casualidad, que en la inmensa mayoría de mis mejores recuerdos, el siempre tenga algo que ver.
No creo que la Navidad sea magia,
pero hay personas que son capaces de crearla.
Esta entrada va por él no es porque sea mi padre es porque siempre ha luchado por nosotros, era un mago sin capa y para mí no hay hombre en la tierra que se le pueda parecer.
Que sean eternos los años juntos en esa mesa ayudando.
Aunque suela llegar tarde.
Aunque cueste el madrugón.