Hoy es un día de esos, como ayer, como mañana.
No sé ni que tiempo hace fuera, aunque son las siete menos cuarto de la tarde.
Tampoco me importa mucho. Hoy me he levantado enferma. Por dentro y por fuera y me da todo igual.
Me da igual no saber nada de nadie, me da igual pasar así las horas como algo adherido a la cama y a este estado.
Estoy en esa fase de haber luchado por mucho tiempo muchas batallas y no haber ganado ni una a pesar de que luché con todas mis fuerzas.
No termino de comprender el funcionamiento enrevesado del mundo que me rodea. Y muy a mi pesar, ese pensamiento va evaporando los mares de energía que puse siempre.
Estoy harta de limpiar la armadura y la espada, cansada de subir al mismo caballo que sólo me lleva a decepciones, al vacío, a la soledad aún estando rodeada de gente.
Me imagino que aún así esta parada será únicamente para coger fuerzas, para volver a embestir.
Pero no será hoy.
Puede que tampoco mañana.
Lo que no quiero olvidar son las batallas que gané. Y así poder volver a tener ganas de tomar las riendas para volver.
Ahora es un tiempo de reflexión.
No es cómodo, para nada.
Pero si más que necesario.
Parar no para dejarse olvidar a uno mismo. Parar para recuperar el aliento, pulir el diamante que llevamos dentro y brillar otra vez.
Parar es una elección, pero no debe ser jamás un estado perpetuo.
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